sábado, 16 de mayo de 2009

LA FALACIA DEL FISCAL Y LA FALACIA DEL DEFENSOR

En todo problema hay dos puntos de vista, pero la contundencia de la prueba pericial y matemáticas sencillas inclinan la balanza.
Edwin Francisco Herrera Paz. La importancia del estudio de las leyes de las probabilidades se ha subestimado. En varias ocasiones he escuchado quejas por parte de padres de familia sobre la inclusión de la teoría de conjuntos en los planes de educación en Honduras. ¿Para que les va a servir eso en la vida? Se preguntan. La verdad es que en la actualidad es el fundamento de muchos campos del quehacer humano. Desde su aplicación en el álgebra booleana (computadoras) hasta la determinación de los probables ganadores de una contienda electoral (encuestas) la teoría de conjuntos y las leyes de las probabilidades van de la mano y son el fundamento de la estadística, y esta a su vez el fundamento de toda evidencia proporcionada por la ciencia.
Los genetistas forenses frecuentemente utilizan la llamada “falacia del fiscal y la falacia del defensor” con el objeto de ilustrar sobre la utilización de matemáticas sencillas que salvan del error que puede proporcionar el resultado de una prueba pericial, que en este caso es la evidencia basada en los perfiles del ADN. Imaginémonos un asesinato. En la escena del crimen se encuentra un chicle ya gastado y a unas cuadras del lugar de los hechos se captura un sospechoso. Se realiza la tipificación del ADN de la victima y del chicle (que contiene células epiteliales del dueño). Si los perfiles de uno y otro no concuerdan el resultado es claro: el chicle no pertenece al sospechoso y esta es una prueba a favor de su inocencia. ¿Y si ambos perfiles son iguales? ¿Será el sospechoso culpable del crimen? Veamos como funciona la evidencia.

El perfil de ADN de una persona, en principio, no es único. La prueba se basa en marcadores que tienen una distribución poblacional, y por lo tanto es compartido en mayor o menor medida por varias personas de una población determinada. Volviendo al caso en cuestión, el sospechoso es sometido a juicio y en adelante se le denomina “el acusado”. Supongamos que el perfil del acusado (también encontrado en el chicle) tiene una frecuencia en la población de 0.01, es decir del 1%. Esto significa que únicamente el 1% de las personas en la población pudieron haber mascado ese chicle, entre ellas el acusado. Para el fiscal (parte acusadora) el acusado es en definitiva culpable, pues si se escoge al azar un individuo de la comunidad la probabilidad de que tuviera ese perfil es muy baja (igual a la de ganar en la chica habiendo comprado un solo número). El chicle entonces debió pertenecer al acusado y no a otra persona. El lector podrá estar de acuerdo en que el veredicto debe ser “culpable”, pues el alegato del fiscal se fundamenta en la presencia del acusado en el sitio del crimen.

Un momento, dice el defensor. La frecuencia del perfil de ADN en la población es del 1%. Eso quiere decir que en una ciudad como San Pedro Sula con aproximadamente 1 millón de habitantes, un uno por ciento, es decir alrededor de 10,000 personas, comparten ese perfil y por lo tanto cualquiera de esas 10,000 personas podría ser el dueño del chicle. 10,000 es una cifra muy grande, por lo que la prueba no es contundente para afirmar que el chicle pertenece al acusado y por lo tanto basado en una duda razonable el acusado es inocente. El lector podría estar de acuerdo con el defensor en que la prueba no es un elemento importante en la decisión del juez. El juez por su parte ve que ambos alegatos son convincentes. No se ha dado cuenta de que ambos constituyen falacias ya que cada uno se basa en la mitad que le conviene del problema. Ahora es el juez quien está en apuros.

Para salvar la situación se cita al genetista (perito), quien explica que la evidencia se debe mirar en forma de apuesta, como todos los demás elementos del juicio. Para el fiscal el acusado es en definitiva el culpable (hipótesis del fiscal), por lo tanto la probabilidad de que el chicle le haya pertenecido es igual a 1 (esto es igual al 100%). Para el defensor fue otra persona la responsable del crimen (hipótesis de la defensa). La probabilidad de que el chicle haya pertenecido a otra persona es de 0.01 (igual al 1%), ya que esta es la frecuencia del perfil en la población. Pues bien, lo que se hace es una comparación de ambas probabilidades en forma de razón, dividiendo: Hipótesis del fiscal entre hipótesis de la defensa. Esto es, 1 / 0.01 = 100. Esto significa que es cien veces más probable que el chicle haya pertenecido al acusado que a otra persona y por lo tanto el juez puede apostar 100 a 1 a favor de la culpabilidad del acusado basado en esa evidencia en particular (perfil del ADN).

Vale aclarar que el perito no puede emitir un juicio de culpabilidad o inocencia. Únicamente se limita a expresar el dato, que puede ser así: “El perfil de ADN del chicle concuerda con el de don Fulano de Tal, y tiene una frecuencia poblacional de 0.01. La razón de verosimilitud es de 100”. El perito puede asimismo explicar el fundamento e interpretación de la prueba, pero es al juez al que compete apostar a favor de la culpabilidad o la inocencia del acusado.

Cien a uno es una apuesta muy débil para condenar a una persona. En la actualidad un perfil de ADN tiene por lo general una frecuencia poblacional muy pequeña, que le permite al juez realizar apuestas a favor de la culpabilidad del acusado con mayor confianza. Algo así como “veinte mil millones a uno” o “cien mil millones a uno”, lo que significa que se necesitaría contar con una población de varias veces la de la tierra para encontrar el mismo perfil en otro individuo. Aun así la expresión de la evidencia en forma de apuesta sigue teniendo vigencia y debe ser utilizada por el juez para ponderar cada una de las pruebas de convicción en un juicio. En términos técnicos a este tipo de cálculo probabilístico se le llama “Bayesiano” o basado en el teorema de Bayes en honor a su inventor. La conclusión es clara. No es fácil ser el juez, especialmente cuando no se cuenta con las pruebas periciales adecuadas, y más aún, cuando no se vio conjuntos en la escuela primaria.

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